Para la nadadora olímpica de 18 años, Yusra Mardini, su verdadero campo de entrenamiento fue el mar abierto y no precisamente por elección. Su travesía para llegar hasta los Juegos Olímpicos de Río fue el resultado de una carrera con el agua hasta el cuello, a favor de su propia vida, huyendo de la guerra, la opresión y la muerte. Hoy, es parte del primer equipo de refugiados en los juegos Olímpicos de Río, una hazaña que era impensable hace solo un año, además de una heroína y gran ejemplo de superación y determinación.
Todo comenzó desde la infancia de Mardini, cuando vivía en los suburbios de Daraya en Damasco. Desde que era pequeña, su hábitat natural era el agua, pues su padre, entrenador de natación, comenzó a instruirla y a desarrollar su talento a la edad de solo tres años. Gracias a ello, Yusra compitió en el equipo nacional de Siria y recibió el apoyo del Comité Olímpico de Siria.
Pero, de pronto, el panorama comenzó a oscurecerse, cuando en el 2011 estalló la guerra, y Mardini, con 13 años, vio ante sus ojos como la vida que ella amaba empezó a cambiar. Sus alrededores se volvieron inhabitables y sumamente peligrosos. Era imposible hasta ir a la escuela.
Un año después, el hogar de la familia de Mardini fue exterminado durante la matanza de Daraya, una de las más terribles masacres en la primera etapa de la guerra, donde cientos de civiles inocentes fueron asesinados. Pero la gota que derramó el vaso ocurrió un poco después, cuando mataron a dos de los compañeros nadadores de Yusra y una bomba destruyó el techo del centro donde entrenaba. Fue entonces que habló con su madre y le dijo que ya era suficiente. Ya no podía quedarse en ese lugar y esperar a que la muerte se decidiera por ella. El 12 de agosto de 2015, Yusra y su hermana partieron junto con dos primos de su padre y otro amigo. Volaron de Damasco a Beirut, Líbano, y posteriormente a Estambul, donde se conectaron con unos traficantes y un grupo de 30 refugiados con quienes se quedaron durante su travesía.
Más adelante, el grupo entero fue llevado a Esmirna, Turquía, y después los trasladaron a un área boscosa cercana a la costa. Ahí, subieron a un bote que los transportaría a la isla de Lesbos, en Grecia. A pesar de la vigilancia policiaca, las autoridades turcas nunca entraron al bosque por miedo a los traficantes, por lo que después de cuatro días ahí, Mardini y su hermana embarcaron junto con 18 personas, incluido un niño de 6 años, en un bote con capacidad máxima para seis. En el primer intento, fracasaron, pues agentes fronterizos los atraparon, enviándolos de regreso. En la segunda vez, el motor se apagó después de 20 minutos, y el agua comenzó a inundar el bote.
De todo el grupo a bordo, los únicos que sabían nadar eran Mardini, su hermana y dos jóvenes más. Por lo que los cuatro se metieron al agua enfrentándose a la hostilidad del Mediterráneo, sobre todo alrededor de las 7 de la noche. Mientras tanto, los demás se mantenían rezando, anhelando el apoyo de la policía. Yusra y su hermana continuaron nadando durante más de tres horas, ayudando al mismo tiempo a que el bote se mantuviera en curso y tras ver cómo los dos jóvenes que nadaban a su lado se rindieron ante el cansancio y fueron arrastrados por la corriente. La situación era un suplicio. El frío les calaba hasta los huesos y la sal de mar les quemaba los ojos y la piel. Por un momento, Yusra pensó en rendirse, pero fueron su determinación y ganas de vivir lo que la mantuvieron luchando.
Finalmente, llegaron a tierra firme, a la costa en Lesbos, pero la travesía aún no terminaba. El grupo caminó durante días sin descanso alguno, durmiendo en campos o iglesias y siendo rechazados la mayor parte del tiempo por taxistas y restaurantes. Las hermanas viajaron a pie o en autobuses de traficantes que las trasladaron de Grecia hasta Hungría. Alrededor de septiembre llegaron a Budapest y después lograron salir de Hungría. Pasaron por Austria, hasta que por fin llegaron a Alemania, donde terminaron en un campo de refugiados en Berlín. Sentimientos de alivio y felicidad inundaban a Yusra.
Las hermanas Mardini pasaron la mayor parte de su invierno en Alemania, esperando que sus documentos de asilo estuvieran en regla. Había ocasiones en las que debían esperar afuera de la Oficina Estatal de Salud y Asuntos Sociales de Berlín durante ocho horas a muy bajas temperaturas solo para que les dijeran que regresaran el día siguiente. Sin embargo, semanas después se enteró de que una compañera suya había ganado una competencia en Asia, por lo que su mala experiencia en el agua, no fue suficiente para volver a querer sumergirse en ella.
Para su suerte, un intérprete egipcio que ayudaba en el campo de refugiados, conectó a Mardini con el centro Wasserfreunde Spandau y el entrenador Sven Spannekrebs, quien aceptó hacerle una prueba y al verla nadar quedó totalmente impresionado.
Poco después los medios se enteraron de la historia de Yusra, cuando el Comité Olímpico Internacional la identificó como candidata para competir en un nuevo equipo de refugiados, el cual estaba conformado por atletas que se encuentran fuera de su país y que de alguna manera quedan excluidos de los juegos. Los medios se dedicaron entonces a destacar su participación, poniéndola de ejemplo de vida y de cómo Alemania le daba la bienvenida a una joven promesa. Una historia positiva en medio de la crisis mundial de refugiados.
Además, en enero, el Comité le otorgó una beca de entrenamiento y Spannekrebs le asignó un riguroso horario, con clases escolares entre cada sesión. Mardini utilizó parte del dinero de la beca para conseguir, junto con su hermana, un apartamento que no estuviera muy lejos del centro de entrenamiento. Sus padres y sus dos hermanas menores se reunieron con ellas en Berlín, y toda la familia ha obtenido asilo temporal.
Finalmente, Mardini se integró al equipo de refugiados oficialmente en junio, junto con nueve atletas de Siria, Sudán del Sur, la República Democrática del Congo y Etiopía, y estará compitiendo en las modalidades de 100 metros estilo libre y 100 metros estilo mariposa.
Dijo que esperaba conocer a algunos de sus atletas favoritos en Río, en especial a su ídolo en el campo, Michael Phelps y tras terminar las Olimpiadas y gracias a la atención mediática que ha recibido, regresar a su natal Siria y ayudar a otros refugiados. "En el agua no hay diferencia si eres un refugiado, un sirio o un alemán". Yusra Mardini.
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